Cómplices

Jueves, 13 de diciembre de 2012


De pronto, una mañana de un jueves cualquiera, pongamos que hoy, abro mi correo electrónico, que es la primera tarea matinal, una vez que he llegado a la oficina. Allí, en reposo, aparece uno de los regalos que de vez en cuando algún amigo envía.
Me lo había anunciado la víspera, a los pies del Acueducto, pero no lo esperaba tan pronto. Ni lo esperaba así…
Hace dos años, por estas fechas, Versos como carne estaba preparado para entrar en la imprenta. Mi hermano preparaba con mimo la maquetación de sus páginas. Este poemario —del que supongo podré hablar con algo más de perspectiva dentro de un tiempo— había sido una locura y el fruto de la tarea en Pavesas y cenizas. Sin embargo, una vez corregidos y organizados los poemas —hasta donde supe—, ya era otra cosa. Y como dije y escribí en más de una ocasión, sin tener conciencia, durante más de dos años había estado escribiendo un libro de poesía. Aparentemente eran poemas sueltos, sin ligadura alguna, aunque semejante condición no impide editar un libro. Sin embargo, esa impresión no era cierta y allí había —con independencia de su calidad— dos ejes claros, como los largueros laterales de una vía sobre los que se van apoyando sus travesaños.
Este libro (que no es más que una pavesa —o ni siquiera llega a tanto— entre los libros de poesía editados en 2011), me ha proporcionado muchas alegrías. No fue la menor que en mayo del año pasado el club de lectura del Colegio Claret de Segovia, lo escogiese como libro para ese mes, y me invitaran a la reunión en el que sus miembros comentarían qué conclusiones habían sacado de su lectura.
La mentora del acto fue C. Como siempre, ella está pendiente de mi tarea y propuso este libro, que fue aceptado. Entre quienes forman parte de este grupo, además de padres y madres de alumnos, está otro profesor de literatura, J., quien junto a C. es su máximo animador. Aquella tarde —si mal no recuerdo— fue uno de quienes más habló. La razón es evidente: la poesía sigue siendo una lectura minoritaria, escasa y difícil, por lo que tiene de desconocida. Supe en ese momento que había elaborado unas pequeñas notas de lectura y me prometió que me las enviaría.
Por alguna razón ese momento ha llegado esta mañana. Como nada es casual, me he lanzado a su lectura con la certeza de que en esas notas (en realidad levísimas indicaciones para posteriormente poder hablar con propiedad sobre cada poema) habría mucha ayuda para mí. Siempre me ha sucedido con los docentes. Son ellos —y lo repito en cuanto puedo— los mejores críticos porque en su modo de juzgar los textos pesa, sobre todo, el afán de equilibrio, porque buscan la mejora y, por tanto, resaltan no sólo los errores, sino también los aciertos; esto quiere decir que cuando indican algún error, torpeza o carencia, no lo hacen como alzando un dedo acusador, sino para enderezar o, al menos, para que se pueda reflexionar sobre el asunto.
Desde esta perspectiva he leído los casi cuatro folios de comentarios. La primera lección que he sacado, ha sido la confirmación de que el modo en que más enriquece la lectura de un poemario es hacerlo con un lapicero y papel al lado, para que el poema ahonde un poco más en el corazón del lector. La primera y rápida lectura de estas notas de J. me ha descubierto que Versos como carne es un libro que ya está un poco alejado de mí. Algunos títulos de los poemas no eran suficientes para que aflorasen en mi recuerdo, aún levemente, los versos que los componen. Así que —con más calma— he cotejado sus opiniones con un ejemplar del libro a mi vera. [Por cierto para este menester he usado uno mal encuadernado que se lee en orden inverso al habitual. Un ejemplar que guardo con codicia de coleccionista]. Y me han emocionado sus palabras, porque, más allá de su contenido, he descubierto una lectura atenta, cuidadosa y llena de cariño. He recordado de inmediato los sábados de Pavesas y cenizas cuando publicaba el poema y los lectores, convertidos en comentaristas, aportaban su visión sobre los versos. Esta suerte es la máxima dicha para quien escribe.
He constatado, también, que allí donde él observaba posibles deslices en mis versos, los he descubierto yo mismo; porque algunos de esos poemas, mejor dicho, el modo en que los afronté, ya se encuentran un poco lejos de mí. O bien son poemas que hubieran necesitado de una mayor decantación, de un proceso de reescritura más sereno y hondo. Supongo que todo esto es parte de la evolución —o involución— de quien escribe.
Releer el libro a la luz de las opiniones de otro me ha servido, también, para recordar con precisión el momento en que cada poema había sido escrito. Es curioso, pero recordaba mejor el motivo y el momento en que los iba escribiendo que los propios versos. En el libro (por tanto en el blog) hay poemas más antiguos que el blog. Poemas que vienen de más atrás. Alguno incluso de más de veinte años. En general estos son los que más dudas suscitan en la opinión de J. Tales dudas son una alegría para mí, porque quizá quiera decir que el camino emprendido no lleva mala dirección.
Afortunadamente tengo claro quién soy, dónde estoy, y por tanto sé a qué puedo aspirar. Y mi gran suerte es que aspiro a lo que encuentro: lectores que, además, se encarnan en seres las más de las veces fantásticos…
*
Para redondear la jornada, mientras cazcaleaba por algún blog, he descubierto que antesdeayer día once, si no me equivoco, Ana Pérez Cañamares, de quien conocí su poesía gracias a Paloma Corrales y su Conv3rsando (programa por el que he descubierto a tantos poetas y que tanto añoro), ha recibido el premio de poesía Blas de Otero de esta edición.
Eso, para qué engañarnos, es como una confirmación más de que la senda escogida no es errónea. Al mismo tiempo es otra señal que llega —por si no había pocas— de que el mundo cambia y que lo que sucede en Internet también se ha de tener en cuenta en otros ámbitos que hasta ahora parecían vedados a quienes se mueven por la Red con la misma naturalidad que quienes pasean por las calles de su ciudad. En estos momentos en que los premios de poesía están marcados por una sospecha genérica de amiguismo y clientelismo —algo así como el doping en el ciclismo— un galardón de este tipo es como un soplo de aire fresco.
Leer a Ana Pérez Cañamares es otra de las suertes que uno ha tenido durante estos meses, y esto se lo debo a Internet. Sin él, y sin haber encontrado a una mujer tan entregada a la difusión de la poesía como Paloma Corrales, Ana Pérez Cañamares sería un simple nombre que, probablemente, y para mi desgracia, no me diría nada. Hoy, sin embargo, me remite a una poeta que no huye ni del compromiso, ni de la emoción, como cuando escribe en el libro colectivo IndignHADAS que acaba de editar Urania ediciones:
Cuando acusaste de bruja a la anciana
hubiera bastado para hacer la revolución.
Cuando quemaste aquel bosque
hubiera bastado para hacer la revolución.
Cuando la mujer abortó por tus patadas
hubiera bastado para hacer la revolución.
(…)
Ahora el estupor nos impide calcular
cuál sería tu merecido y nuestro resarcimiento.
*
Estas pequeñas cosas —ajenas al mundanal ruido, al vocerío de la actualidad— le redimen a uno de la vergüenza que siente cuando contempla la mayoría de cosas que nos cuentan en los informativos…