Vengo sólo a dejar
constancia de que hay palabras que a uno le acompañan, como lo hace la sombra.
En pocas ocasiones me doy cuenta de su presencia, pues está tan cosida a los
bordes de la piel que parece parte de ella.
En estos días, en estos tiempos, y a pesar de vivir rodeado por
vocablos, silencio es palabra que se acurruca junto a mí, como un cachorrillo
mimoso que desea caricias y carantoñas.
Mi silencio, no el de los demás, reclama su cuota de presencia en
mi interior. Mi silencio ruega el final de la dispersión. Mi silencio me habla
de mis propios límites e incapacidades.
No hay queja ni malestar, sólo una profunda necesidad, como una
sed interior que necesita ser satisfecha.
Y pronto.
Regresar de la presentación de los poemarios de Luis Javier Moreno
("Figuras de la fábula" lleno de sapiencia socarrona e ironía)
y del de David Hernández Sevillano ("Anonimario", extracto de
emoción y humanidad) ambos editados por Hiperión
—acaso en el último acto celebrado en el Salón de la obra social de Caja
Segovia— no es más que la confirmación de lo anterior, lo que vengo repitiendo en
los últimos tiempos.
El cobijo del silencio…