Cómplices

Miércoles, 19 de diciembre de 2012


La prensa de hoy, al menos la regional, se hace eco de un informe del grupo de intermediación laboral de Cáritas Burgos, en que se dice que tienen que rechazar la tercera parte de las ofertas laborales que les llegan, porque éstas rozan las condiciones de esclavitud para los trabajadores, bien por soldadas miserables, bien por no respetar los tiempos de descanso de los trabajadores, bien por ambas cosas. Parece ser —o eso he entendido— que semejantes desmanes abundan sobre todo en el sector ganadero y en el del servicio del hogar.
Cáritas no es sospechoso, me parece, de estar próximo a posiciones revolucionarias. 
Me gustaría pensar, y de hecho lo pienso, que la mayoría de los empleadores son personas decentes, que no quieren retornar a esos tiempos oscuros en que algunos seres humanos eran siervos de otros, a cambio de la comida y la cama, poco más.
En estas páginas he escrito en más de una ocasión sobre este asunto. Este informe, por desgracia, viene a darme la razón en esa negra intuición. Pero lo más doloroso es que hay individuos que al ser informados sobre este asunto, miran extrañados porque suponen que la necesidad por la que pasan cada vez más personas les autoriza a prestar un poco de caridad por un trabajo duro y de muchas horas. Es más —y esto es de mi cosecha— estarán convencidas de que su aportación al bienestar de los otros ha de ser ensalzada.
Y si los trabajos no cualificados empiezan a equipararse a las condiciones de esclavismo, los trabajos más especializados y que necesitan de las mentes más privilegiadas, o sea los investigadores, son directamente extirpados de la acción de gobierno. Esto quiere decir que de hecho la investigación en España tiende a la desaparición.
(¿Por qué en algunas cosas emulamos las políticas alemanas y en otras no hacemos lo mismo? Parece que allí —a pesar de la amenaza de posible recesión— el incremento en el presupuesto para investigación será de un seis por ciento en el próximo ejercicio).
Uno se queja de hipermetropía existencial cuando habla de sí mismo y de tantas torpezas como comete a diario, pero creo que nuestro gobierno, no es que sea hipermétrope, sino ciego, o peor aún, rufián, porque ante la escasez de medios económicos, prefiere olvidarse de lo que sólo será tangible en medio o largo plazo. A ellos sólo les interesa lo que pueda ocurrir en las próximas elecciones.
También se legisla descaradamente para que la sanidad pública sea una pesada carga, para que quien tenga empresas dedicadas a la salud pueda enriquecerse, puesto que podrá —al fin— competir con una desmantelada sanidad pública.
El panorama no es halagüeño. Por un lado, algunos buscan esclavos, por otro, se llama gasto en investigación, lo que en realidad es inversión y se extermina, de facto, la tarea de quienes puedan aportar avances en la ciencia y tecnología. Por otro, a este paso, sólo accederán a una sanidad de calidad y de garantías quienes la puedan pagar.
Demasiados cadáveres por el camino. Demasiada semejanza a una selva. ¿Para esto se ha salido de las cavernas?
A esto han conducido la democracia, el menos malo de los posibles sistemas de gobierno hasta la fecha conocidos. Nuestros políticos siguen a lo suyo que no es de nadie más, porque no afrontan los problemas reales de quienes vivimos en este país.
Ellos juegan el peligroso juego del lenguaje críptico (¿alguien es capaz de descifrar las declaraciones del ministro de Economía, por ejemplo?), y al peligroso juego de la casta. Dilapidan día a día la riqueza de esta gran nación, porque empobrecen a sus habitantes, que somos su verdadero capital, no el dinero con el que están salvando su propio pellejo al insuflarlo a los banqueros
Pero si ellos están donde están, es porque entre todos (por acción u omisión —quizá también pérfidamente engañados—) les hemos puesto en ese lugar.
Y sin embargo, y a pesar de este panorama, hasta de las nubes más oscuras se desprende el agua más limpia, como ha escrito un amigo de mi padre en su felicitación navideña recordando un proverbio chino.
Hemos salido de otras. No sé si serían tan duras como ésta. Recuerdo, por ejemplo, las épocas tan difíciles para quienes al inicio y mediados de los ochenta nos asomábamos al umbral de nuestra vida laboral. No es lejano todavía el recuerdo de la emigración de tantos españoles al final de los años cincuenta y los años sesenta del pasado siglo…
Pero a pesar de luchar cada día por no perder la esperanza, conviene estar ojo avizor para que el retroceso no sea de tal magnitud que se torne casi irreversible... Y rezar para que esta nube tan densa, tan negra, tan oscura, al fin riegue de agua limpia esta tierra, que ha sido esquilmada por la avaricia de unos cuantos.