Cómplices

Viernes, 28 de diciembre de 2012


Una conversación sobre poesía, normalmente breve, se puede producir en cualquier parte. Esta tarde ha sido en el estanco.
Llevo una temporada en que hay un racimo de palabras que se me presentan de un modo u otro. Cuando algo se repite con tanta insistencia, está claro que algún tipo de señal o advertencia marca, al menos, la dirección que deben tomar los pasos.
Me refiero a silencio, contemplación, vaciamiento, desprendimiento…
El estanquero tiene una sensibilidad especial para el arte. No es extraño, por ejemplo, verle repasar alguna partitura que será interpretada en el próximo concierto en que participará la coral de la que forma parte. Tampoco es raro verle con algún libro sobre el mostrador.
Para que llegue el poema, sostenía, tiene que haber un proceso de vaciamiento. Hay que inspirar primero, luego espirar —que no expirar— y vaciarse de uno mismo para que llegue lo que tiene que llegar.
Y he asentido en silencio, claro.
De nuevo el verso de Colinas —como en los último meses— tañendo en mi conciencia: “Me he sentado en el centro del bosque a respirar”.