Una conversación sobre poesía, normalmente breve, se puede producir en cualquier
parte. Esta tarde ha sido en el estanco.
Llevo una temporada en que hay un racimo de palabras que se me
presentan de un modo u otro. Cuando algo se repite con tanta insistencia, está
claro que algún tipo de señal o advertencia marca, al menos, la dirección que
deben tomar los pasos.
Me refiero a silencio, contemplación, vaciamiento, desprendimiento…
El estanquero tiene una sensibilidad especial para el arte. No es
extraño, por ejemplo, verle repasar alguna partitura que será interpretada en
el próximo concierto en que participará la coral de la que forma parte. Tampoco
es raro verle con algún libro sobre el mostrador.
Para que llegue el poema, sostenía, tiene que haber un proceso de
vaciamiento. Hay que inspirar primero, luego espirar —que no expirar— y
vaciarse de uno mismo para que llegue lo que tiene que llegar.
Y he asentido en silencio, claro.
De nuevo el verso de Colinas —como en los último meses— tañendo en
mi conciencia: “Me he sentado en el centro del bosque a respirar”.